viernes, 14 de agosto de 2009

SUEÑOS DEL CREADOR, Galeria de Arte BBVA, Iquitos
















LA VIDA, ESE SUEÑO

La distinción entre el sueño y la vigilia es una de las claves del racionalismo. El sueño es el territorio de la fantasía y el desorden. La vigilia, el imperio de la lógica y la realidad.

La asociación entre sueño y nocturnidad, le otorga a los sueños un carácter secreto, inconfesable y peligroso. Como los sueños nos perturban y suelen perseguirnos una y otra vez, les otorgamos una carácter simbólico, los convertimos en una parábola, los banalizamos. Así, si soñamos con la muerte, no es que vayamos a morirnos. Vamos a cambiar de empleo, a mudarnos de casa o alguna otra banalidad.

Otra variante de esta dulcificación de lo que podría ser una premonición sobrecogedora es la sexualización de todos o muchos de los objetos que nos visitan durante nuestro sueño: símbolos de deseos sexuales reprimidos o de instintos que nos negamos a aceptar como propios durante la vigilia.

Occidente y lo que llamamos modernidad se sustentan en esta distinción entre lo real y lo soñado. Se considera un rasgo de civilización establecer una clara frontera entre vigilias y sueños. Ocurre, sin embargo, que no siempre es fácil saber cuándo se está soñando y cuándo no. Resulta una convención social creer que ahora estoy despierto y en vigilia y no soñando. Lo creo así porque otros me oyen, me ven y me hablan y creen como yo que están despiertos.

Pero es una creencia convenida, asumida, pactada. Eso no demuestra que yo estoy despierto ya que esos otros que me hablan y me creen despiertos pueden ser personajes de mi sueño y no objetos reales. Mi sufrimiento y mi felicidad, que tanto me afectan y que tanto creo sentir, pueden ser, en verdad, figuraciones e ilusiones oníricas, tan vívidas e impresionantes como todo buen sueño.

Las llamadas culturas “primitivas” carecen de esa angustiosa incertidumbre o consideran ilusoria o inútil esa intentona casi siempre desconcertante de distinguir entre lo vivido y lo soñado.

Esto es lo que ocurre con esta teología artística de Rember Yahuarcani que hoy se expone ante nosotros. Teología porque las obras de Rember constituyen una explicación del origen y creación del universo. Bien puede llamarse a esta teología una teología de los sueños. Primero, los dioses sueñan y después crean el mundo. Es decir, la creación es soñada. La realidad se debe al sueño. Los dioses son tales porque sueñan. Si se quiere, soñar es divino. El sueño es la fuente de la realidad.

La distinción entre lo soñado y lo real es irrelevante ya que una no existe sin el otro. Sueño y realidad son dos caras de la misma verdad. Verdad única, aunque con una mascara de sueño y otra de vigilia.

Esta teología de Rember Yahuarcani, aprendida gracias a los cantos tradicionales de sus abuelos y sus padres, no admite tampoco la distinción o separación entre hombres y naturaleza. Es, más bien, una teología de la comunión o responsabilidad compartida entre unos y otra. Lo que quiere decir que el hombre no es el centro de la creación y no tiene pergaminos o atribuciones para disponer de la naturaleza. Justamente de lo que ahora nos estamos arrepintiendo por obra y gracia del calentamiento global y otras desgracias probablemente irreversibles.

Lo que la teoantropología de Rember nos indica es que el hombre no es ni el centro de la creación ni un ser superior en medio de seres animales, vegetales o de otro tipo supuestamente inferiores.

El arte de Rember Yahuarcani resulta utilitario en la medida en que es una lección sobre estas y otras cosas. Una ilustración del origen de las cosas y del hombre en este mundo.

Pero, como todo arte que merezca ese nombre, la pintura de Rember no se agota en esa calidad pedagógica. El arte sugiere, crea sensaciones y despierta sensaciones que uno cree inexistentes o dormidas desde hace mucho tiempo. Rember nos asoma a un mundo complejo, concatenado en todos sus elementos. A mi, personalmente, me remite al Bosco y su célebre Jardín de las Delicias, un complejísimo fresco de la condición humana y a veces su degeneración personificada en los hombres-bestia del gran maestro flamenco. Aunque probablemente Rember no estaría de acuerdo en que animalizar a los hombres es una forma de exponer su degradación. Salvo que humanizar a las llamadas bestias sea también una forma de degenerarlas.

Estamos ante la obra de un pintor mayor de la cultura amazónica, aunque muy joven aún en años. Mayor y menor: dos caras de la misma realidad. Porque Rember puede ser, en verdad, el testimonio de una larga historia: la de un pueblo amazónico que conserva un legado para toda la humanidad
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Lima, mayo de 2008

JOSÉ MARÍA SALCEDO

Presentado por José María Salcedo
Museografía y Montaje: Victoria Morales G.
Producido y Apoyado por: Jaime Vazquez Valcarcel

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